Me desperté con su rostro en el parpado y los ojos cerrados, con un nombre en la garganta y un beso en mi mejilla. Un dolor punzante recorría mi pierna, nacía del tobillo… El amor duele, se cruza contigo en una calle mojada y cala tus huesos, roza con tus labios tu piel y su olor jamás se va. 5 letras, una palabra que parecía decirlo todo en una mañana nublada de otoño, Lucía. Con la mirada distraída subí al autobús de la monotonía, sobrio de ego y borracho de sentimientos. Me bajé dos paradas antes para despejarme, la biblioteca del extrarradio quedaba lejos, no sabía su horario, ni si sobrevivía mi recuerdo, ni si era pronto, tarde… O lejos. Sólo sabía que ese dolor de tripa no era casual arrebato, ni era paciente de un doctor poco motivado. Los saludos por la mañana eran distantes, la voz sombría del que no tiene acompañantes, o del que los tiene y no encuentra compañía y está solo… Me senté y abrí el libro, “Análisis de la comparsa del poeta”, rezaba a un lado, al otro yacía el nombre de un escritor ya olvidado. Que sabrá de la poesía aquel que no se conforma con su canto y quiere atraparlo en líneas, números cajas y dueños, sobrenombres, categorías y otros cuentos. ¡Ah! No la veo, y este lugar me susurra sombríos adversarios, que por ser libros llevan historias de amor, de amor negado. No la veo, y suena el violín del segundo verano de Vivaldi, cuando en otro lugar, en otro espacio se encuentran dormitando esos labios que anhelo, pronto para abordarlos en este infernal aparato, es más, lo tendrá apagado. Y emprendí mi regreso sin haber aprendido nada, pero deseando saberlo.
Me desperté con el sol en lo más alto, cansada, llegué tarde a casa de ningún lado, mire mi móvil lo primero por si encontraba un mensaje que había esperado desde que llegué a mi cuarto, pero no había nada. Pasos torpes hacia el baño y soledad en mi casa debido al horario. El desayuno era agrio y dulce, igual que siempre pero extraño, y el mensaje sin llegar, debí haberle dicho algo, ni siquiera me dijo el nombre que ahora reclamo, maldito engaño, anoche alguien recibió una flecha y tenía que ser yo.
Al salir y guardar el libro di un rodeo hacia aquel lugar. Era casi mediodía.
Salí de casa a dar un paseo y descansar y volví donde ayer me hirieron.
El autobús estaba lleno y yo de pie, vacío.
El autobús estaba lleno y yo de pie, vacía.
Al bajar se me cayeron cosas de la mochila, joder, la llevo abierta desde que salí de la biblioteca, soy un torpe.
Tediosos son los pasos, la niebla se había despejado, un frío otoñal me obligó a refugiar las manos. Estaba llegando.
De lejos veía una silueta, no era ella, hubiera sido como ver de cerca una estrella.
Crucé la esquina a sentarme en aquel banco y casi me choco con un chico que sacaba el móvil, espera… Conocía esa cara…
Crucé la esquina pensando por qué todavía no la había llamado cuando casi choco con una chica, un momento…
Fran NezbiaN. El Secreto de la verdad