Desde tiempos inmemorables, el comunicar de una forma efectiva, en definitiva, en adecuación a la retórica, ha sido en pueblos como el romano de vital y desmesurada importancia para la civitatis de aquella época. Personalidades como Cicerón, ostentador de capacidades férreas de comunicación, persuasión y convencimiento, empezaron a proporcionar a este desempeño la cualidad artística y delicada que le confiere atribuir a la comunicación. Pasando ésta a ser calificada como destreza e incluso habilidad, conociéndose vulgarmente como labia o capacidad de persuasión en añadido a popularidad, poder y gracia. Pero esta destreza y este culto a la comunicación data desde los antiguos sofistas griegos. La figura del rethor, como mentor de los discípulos en la técnica de la oratoria y de la persuasión ,así como las reglas de un desempeño con claridad argumentativa, viene a hacer datar la definición que hoy conocemos como “retórica”, que no es otra cualidad más que el dominio de la exposición con perfecta claridad ,capacidad de determinación y persuasión sobre el público entendido como receptor del mensaje a verbalizar. Pero no se verbaliza de cualquier forma, no se comunica ni se expresa con simplicidad y desfachatez lingüística, sino más bien, entenderemos que el comunicar es un arte equiparable a las máximas maestrías de la historia de la humanidad, como la música, la pintura, la ciencia e incluso como juegos abstractos como el ajedrez. Lo vigoroso que resulta el comunicar es comparable a las máximas expresiones genuinas humanas.
Hace ya quinientos años, hubo un hombre capaz de ostentar el conjunto de cualidades artísticas de la humanidad, el conjunto de aptitudes calificables como propensas de ser juzgadas como bello, como arte inexplicable. Este hombre, Leonardo Da Vinci, intentaba pintar en sus obras la máxima cualidad humana, entrelazada con la máxima expresión artística del ser humano. Comunicar es, en símil, expresar mediante el arte de los vocablos un conjunto de ideas hacia un público determinado, en el que entran a colación una serie de pinceles y colores que forman parte del lienzo de la comunicación, catalogándolo como arte en si mismo, belleza e incluso pureza estética de palabras en interrelación con la intención de transmitir una idea.
Por eso, cabe señalar el comunicar como un arte, como una capacidad efectiva y satisfactoria de llegar a cambiar la idiosincrasia e incluso el pensamiento de las personas, por lo que hablar de comunicar como maestría significa hablar de un arma e incluso de un instrumento dogmático, pedagógico y además llano de verificación y por ende, de control de la teleología ansiada por obtener pronunciando las palabras del mensaje en cuestión.
Rodrigo Angeleri