[dropcap]E[/dropcap]mpapado en dudas acerca de si la férrea destreza de manejar con cierta soltura un conjunto de palabras en pos de ser plasmadas en un papel era un talento innato o algo adquirido con estudios, con formación, en otras palabras a través del curso del aprendizaje a lo largo de la vida de una persona, llegó a mí una circunstancia inesperada que me hizo cambiar el parecer que hasta entonces tenía respecto de este ilustre aspecto tan humano como es la escritura.
Desde el otro lado del charco una de mis tías abuelas, Norma, nos envió un libro de su autoría por correspondencia ordinaria en virtud de ser degustado y apreciado por toda la familia. Resulta interesante, sorprendente e incluso ilusionante ver una obra de alguien tan cercano y poder apreciarla de cerca, letra a letra, con un placer innegable… Y es que Norma nació en 1942, no tuvo la oportunidad al igual que mis abuelos de acudir a la escuela secundaria por las circunstancias familiares y costumbristas de la época que instaban casi obligatoriamente a trabajar, aunque siempre le ha apasionado todo lo relacionado con el arte y como no, con la escritura de novelas. Y he aquí el punto de inflexión que hace que mi duda antes planteada se disipase, escribir es un talento.
Pudiendo leer con delicadeza cada fragmento del libro te das cuenta de que la imaginación y la soltura del uso de palabras grandilocuentes no entiende de formaciones ni de estudios. Eso es innato y es propio de la persona en sí. Talento puro y vertiginosa maestría para nada adquirida. Personas como mi tía Norma son las que hacen de la escritura un arte, ya que a través del uso de palabras sencillas confieren a esta habilidad esa cualidad que no hace más que llegarte a lo hondo del corazón.
Escribir, por ende, puede que se aprenda leyendo, puede que aprendamos a escribir y a plasmar pensamientos a través de las clases recibidas en el colegio, en clase de Lengua o en cualquier otro sitio. Pero escribir con maestría no es eso, el talento de poder escribir con soltura y gusto, con placer y en símil a las máximas expresiones artísticas, eso no entiende de enseñanza. Como tampoco entiende de enseñanza la intuición, ni la genialidad, escribir con ese esperpéntico talento traspasa los límites que separan la enseñanza de la improvisación, escribir es pintar, dibujar, soñar, imaginar, olvidar y recordar…
Escribir es tinta, papel y sueños.
Rodrigo Angeleri Gastañaga