¿Español o castellano? La eterna dicotomía

Miguel Á. del Corral Domínguez

¿El término castellano puede hacer referencia a una lengua y a un dialecto? ¿Y el término español? Voy a intentar dar respuesta a ello aunque pueda resultar un poco farragoso ya que es un tema en ocasion

es recurrente que, para algunos, dista de estar resuelto cuando, en principio, para otros muchos, es una polémica ya superada.

En efecto, el término castellano puede hacer referencia a una lengua o a un dialecto ya que dicho vocablo, por un lado, puede utilizarse como sinónimo de la lengua española. Así lo refleja, por ejemplo, el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco (1998) para referirse al nombre de la lengua oficial de España y de las repúblicas hispanoamericanas remitiendo asimismo al término español, en donde se detalla que en muchas regiones se usan indistintamente ambas palabras, si bien en América y en algunas regiones de España se prefiere el término castellano; en el caso de los países hispanohablantes del continente americano ello pudiera deberse a cierto recelo patriótico frente al nombre de español considerándolo como una especie de sumisión hacia la antigua metrópoli al hacerse explícito que se sigue hablando su lengua. En las regiones españolas con lengua propia parece más pertinente referirse al español como castellano puesto que el gallego, el vascuence o eusquera y el catalán son también lenguas españolas aunque no la lengua española, el español, pero sí lenguas habladas y oriundas de España, por lo que en este caso al hablar de lenguas españolas estaríamos utilizando dicho adjetivo como gentilicio.

Así se explicaba Lázaro Carreter cuando le sacaban el sempiterno debate sobre la dicotomía español-castellano: “Son sinónimos, pero como tantas veces ocurre -y se ha dicho-, los sinónimos no existen. Cada palabra tiene un ámbito de contexto, un contexto en el que debe aparecer mejor la una que la otra. La lengua española y la lengua de España. Entonces, cuando hablamos del castellano se identifica con la lengua de España. Cuando hablamos del castellano en cotejo con otra lengua española que no es el castellano, hay que llamarla castellano, y sería absolutamente inusitado un diccionario catalán-español o español-vasco; es decir, que es realmente en esos casos donde la palabra tiene su significado. En los demás, la palabra lógica y universalmente aceptada por todos, menos por la Constitución de España, es española, y así se le conoce en el mundo entero. Si bien lo que ocurre es que los hispanistas, que conocen esta sinonimia, utilizan indistintamente el término castellano o español”.

Asimismo Seco argüía que el término castellano implicaba cierta inexactitud ya que podría inducir a pensar que la lengua no ya de España, sino de todos los países hispanohablantes, es patrimonio de una región, Castilla, cuando, hoy por hoy, en todas las naciones y regiones en que es hablada constituye un patrimonio diverso que se enriquece con aportaciones de todos los lugares. Por tanto, parece que lo más acertado es emplear el término castellano cuando nos referimos a la lengua que durante el período medieval fue privativa del reino de Castilla (o sea, al dialecto románico nacido en Castilla la Vieja, del que tuvo su origen la lengua española), o bien a las distintas modalidades que actualmente presenta el habla de Castilla frente al español general, y es aquí, en esta acepción, cuando castellano no se refiere a la lengua (como sinónimo de español), sino al dialecto, esto es, a la variedad diatópica o modalidad (geográfica) propia de las regiones castellanas (septentrional, central, meridional aunque generalmente se asocia a la variedad hablada modernamente en lo que fue Castilla la Vieja) frente a otras variedades o dialectos del español (andaluz, canario…). Dicho esto, ambos términos (castellano y español), aunque Seco abogue por el a su juicio más exacto de español, son válidos para referirse a la lengua española.

Así lo corrobora el Diccionario Panhispánico de Dudas, para el que la polémica sobre estas dos denominaciones está ya superada, al considerar que para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América (también hablada como propia en otras partes del mundo) son válidos ambos términos y en este caso castellano, como sinónimo de español, se referirá a la lengua. No obstante, el término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad para referirse a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de hablantes y es la utilizada internacionalmente (Spanish, espagnol…), de modo que aunque castellano pueda usarse también como sinónimo de español, conviene reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el reino de Castilla durante la Edad Media (y en este caso, como se ve, hablamos de dialecto) o al dialecto del español (variedad, modalidad) hablado actualmente en esta región (o en las regiones castellanas, el área que englobaría ambas Castillas y Madrid, esta última más matizada como consecuencia del número de hablantes procedentes de otros lugares).

El DPD, igual que Seco, refleja que también se utiliza el nombre castellano para aludir a la lengua común del Estado (en España) en relación con las otras lenguas cooficiales existentes en algunas autonomías, tales como el catalán, el gallego o el vasco, que son españolas por cuanto se hablan en España, pero no la lengua española, como hemos dicho antes.

En el caso del término español no cabría hablar de dialecto sino de lengua (como el inglés, el  francés, el catalán, el gallego, el vasco, el rumano o el swahili) salvo que aludamos a él como sistema lingüístico considerado en relación con el grupo de los varios derivados de un tronco común, es decir, el español –igual que el gallego, el catalán, el francés, el italiano o el rumano– es uno de los dialectos nacidos del latín, es dialecto del latín por cuanto procede de dicha lengua, razón por la que en este caso se la llama lengua romance o románica, y solo en este caso podríamos hablar del español como dialecto, como dialecto del latín. No obstante, se puede utilizar el término español, eso sí, siempre acompañado del adjetivo (o complemento del nombre, adyacente) que indique un área geográfica –mejor dicho lingüística, ya que las isoglosas del idioma no entienden de límites jurídico-administrativos, de ahí la existencia de zonas y dialectos de transición– determinada, para referirse a la variedad diatópica o modalidad geográfica de dicho idioma en un determinado lugar, así se habla del español de América (o americano) o del español rioplatense, del español andino o del español caribeño para aludir al conjunto de dialectos del idioma español predominante en dichas áreas con unas características o rasgos determinados que, aun con su diversidad que enriquece indudablemente el acervo idiomático de la lengua española, no implican fragmentación o desmembramiento, dado el elevado grado de cohesión de dicho idioma a pesar de las distancias existentes entre los distintos lugares en que se habla. A ello contribuye, sin duda, la labor llevada a cabo por instituciones como la RAE, máxime en tiempos recientes por cuanto se ha optado por abordar el estudio de la lengua (descriptiva y normativamente) desde un claro enfoque panhispánico.

Como decía el maestro Alarcos, “Hoy día concurren normas cultas diversas en los vastos territorios donde se practica el español como lengua materna. Ya no es  posible sostener, como un siglo atrás hacía Leopoldo Alas, que los peninsulares somos los amos del idioma; más bien, según propugnaba don Ramón Menéndez Pidal, debemos ser solo sus servidores. Se comprende y hasta se justifica que cada uno encuentre más eficaz y precisa la norma idiomática a cuya sombra ha nacido y se ha formado: pero ello no implica rechazo o condena de otras normas tan respetables como la propia…”, y podemos comprobar esa querencia que tenemos no solo por la norma idiomática a cuya sombra nacimos, crecimos y vivimos, sino incluso hasta por el acento de nuestra variedad lingüística o dialecto en cuanto vemos las grescas que se establecen en los comentarios de muchos vídeos (de youtube) a cuenta del doblaje donde los habituados al español americano prefieren el llamado doblaje ‘latino’ y los peninsulares el ‘castellano’ entendido como el español de España, aunque el actor de doblaje no sea castellano, puede ser andaluz o gallego, pero bien es cierto que se tiende a reducir el número de dialectalismos o rasgos muy específicos de una determinada variedad acercándose lo máximo posible al llamado ‘español estándar’, incluso en América se opta, en medios de comunicación y registros cultos, por el llamado ‘español neutro’ para favorecer el entendimiento, de ahí que la lengua estándar abarque todos los niveles lingüísticos, incluyendo el nivel fónico, con una pronunciación desprovista de localismos y que es el que se debe utilizar en cualquier situación que requiera un nivel formal de comunicación, aunque esto en modo alguno debe interpretarse como un desprecio hacia las particularidades de los muy distintos dialectos que conforman el idioma español, como, desgraciadamente, ocurría antaño, sino simplemente como un mecanismo propio de las comunidades de hablantes para facilitar el entendimiento además de contribuir a la cohesión de una lengua con tantos millones de hablantes. Hace años, cualquier locutor de radio o televisión procuraba ocultar su acento, fuera de donde fuera, y adoptar un castellano neutro y totalmente estandarizado, pero eso ha ido cambiando, afortunadamente, y todos estamos acostumbrados a la diversidad de acentos, no solo del español europeo, sino también del español de América. Sin embargo, hay casos extremos de pronunciación muy cerrada que pueden volver incomprensible una frase e imposible la comunicación y, por puro sentido común, conviene a todo hablante el intentar “suavizar” esos rasgos peculiares si se desea que la conversación resulte fluida. Sirva de ejemplo la anécdota de aquel que escuchó una vez una frase que le costó muchísimo entender en un viaje por tierras onubenses, el interlocutor captaba algo así como “¡Noamoamoá!” y, luego, cuando empezó a llover cayó en la cuenta de que lo que le estaban diciendo era que “¡Nos vamos a mojar!”. En fin, no se trata de que un acento sea mejor que otro –afortunadamente, pasaron ya los tiempos del cerril desprecio hacia algunas variedades del idioma-, sino de ser prácticos para poder entendernos porque, como se propugna desde la corriente lingüística del funcionalismo, el fin primordial, aunque no el único, pero sí el esencial del lenguaje es la comunicación.

 

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