Alberto Infante
Este fin de semana se ha caracterizado porque todo el mundo se ha despertado con una noticia que ha dejado al mundo asombrado: tras varios años luchando con un cáncer y tras haber sido el centro de atención en los medios de comunicación internacionales debido a las grandes disputas que ha tenido con Estados Unidos, ha fallecido Fidel Castro. Algunas de ellas, hay que recordar, fueron las tenidas con Estados Unidos durante el mandato de George Bush.
A nivel internacional, hay que destacar, en primer lugar, las declaraciones que ha manifestado Donald Trump al respecto. En el diario El Mundo, la noticia que publica lleva por titular el lema siguiente: Trump tacha a Fidel Castro de «brutal dictador» y dice que tratará de garantizar la libertad en Cuba. En la propia noticia se nos dice que la muerte del histórico dirigente cubano Fidel Castro ha provocado una oleada de reacciones en todo el mundo. Detractores y aliados han tenido palabras más o menos cercanas para reconocer la figura del Comandante recién fallecido. Las reacciones que se esperaban con mayor expectativa eran las de sus vecinos de Estados Unidos y éstas se han hecho esperar. La hora a la que Raúl Castro ha anunciado la muerte de su hermano ha cogido con el pie cambiado a Donald Trump, el recién elegido presidente del país que tomará posesión de su cargo el próximo 20 de enero. El republicano ha escrito primero un tuit escueto y directo para expresar su sentimiento, con signo de exclamación incluido: «Fidel Castro is dead!».
El periódico The New York Times nos trae una noticia en la que nos dice que Fidel Castro, icono revolucionario que trajo la Guerra Fría al hemisferio occidental en 1959 y desafió a Estados Unidos, murió el viernes 25 de noviembre según anunció la televisión estatal. Tenía 90 años. Su muerte ocurre después de que el presidente Barack Obama sorprendiera al mundo al ordenar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y la apertura de la embajada en La Habana por primera vez desde el final del gobierno del Presidente Dwight D. Eisenhower en 1961. El secretario de Estado, John Kerry abrió la primera embajada estadounidense en territorio cubano en más de 50 años en agosto de 2015 y el papa Francisco se reunió con el mandatario cubano durante su visita a la isla en septiembre de ese año. La noticia sigue diciendo lo establecido a continuación.
Fidel mantuvo el poder mucho más tiempo que ningún otro líder de cualquier país, con excepción de la reina Isabel II. Se convirtió en una figura internacional cuya importancia en el siglo XX excedió con creces lo que se podría haber esperado del jefe de Estado de una nación en una isla caribeña, con una población de 11 millones de personas. El impacto de Castro fue presagiado horas después de su entrada triunfal a La Habana, a bordo de un Jeep, el 8 de enero de 1959. En ese momento se consolidó la destitución de Fulgencio Batista, cuando Fidel dio su primer discurso ante cientos de miles de admiradores en el cuartel militar del dictador vencido.
Castro apareció en primer plano, hablando con firmeza y pasión hasta el atardecer. Al final, se liberaron palomas blancas como símbolo de la nueva paz en Cuba. Cuando una de ellas aterrizó en Castro, posándose sobre su hombro, la multitud estalló, coreando: “¡Fidel! ¡Fidel!”. Para muchos de los cubanos reunidos allí, cansados de la guerra, y para aquellos que lo observaban por televisión, fue una señal de que su joven líder guerrillero estaba destinado a ser un salvador.
Ostentaba el poder como un tirano, controlaba cada aspecto de la existencia en la isla; era el “Líder Máximo” de Cuba. Montado en un tanque de guerra cubano, encabezó la defensa de su país en Bahía de Cochinos. Castro decidía infinidad de detalles, desde la elección del color del uniforme que los soldados cubanos vestirían en Angola hasta la supervisión de un programa para criar una super-raza de vacas lecheras.
Fidel Castro fue considerado por algunos como un déspota sin corazón, y como un héroe revolucionario por otros. Credit Jack Manning/The New York Times. Al ceder el poder a su hermano, quien desde hacía muchos años se había desempeñado como su ministro de Defensa, Castro cultivó de nuevo la ira de sus enemigos en Washington. Funcionarios estadounidenses condenaron la transición argumentando que prolongaba una dictadura. El desafío de Castro hacia Estados Unidos lo convirtió en modelo de la resistencia latinoamericana y de otras partes, con su barba tupida, su habano y su ropa militar verde como símbolos universales de la rebelión.
Durante muchos años, Castro concedió cientos de entrevistas y conservó la capacidad de hacer que la pregunta más comprometedora siempre estuviera a su favor. En una entrevista de 1985 efectuada por la revista Playboy, le preguntaron a Fidel qué respondía a la descripción del presidente Ronald Reagan de él como un dictador militar despiadado. “Vamos a pensar en su pregunta”, dijo Castro jugando con su entrevistador. “Si ser un dictador quiere decir gobernar por decreto, entonces podría usar ese argumento para acusar al papa de ser un dictador”. Y así devolvió la pregunta a Reagan: “Si su poder incluye algo tan monstruosamente anti-democrático como la capacidad de ordenar una guerra termonuclear, les pregunto yo: ¿Quién es más como un dictador: el presidente de los Estados Unidos o yo?”.
Fidel Alejandro Castro Ruz nació el 13 de agosto de 1926, o 1927 según algunos informes, en la que fue la provincia cubana de Oriente, hijo del hacendado Ángel Castro y una de sus empleadas, Lina Ruz González, quien se convertiría en su segunda esposa y daría a luz a siete hijos. Ingresó a la Facultad de Derecho de La Habana en 1945 y casi de inmediato participó de lleno en la política radical. Se graduó como licenciado en derecho en 1950; y como abogado, representó durante una breve temporada a los pobres, a menudo intercambiando sus servicios por comida. En 1952, se presentó como candidato al Congreso por el Partido Ortodoxo, que representaba a la oposición, pero la elección se vio frustrada por el golpe de Estado liderado por Fulgencio Batista. La respuesta inicial de Castro al régimen de Batista fue retarlo con una apelación jurídica en la que exponía que las acciones del dictador habían violado la constitución. Incluso como un acto simbólico, el intento fue inútil.
Su grupo más cercano de estudiantes radicales ganó adeptos, y el 26 de julio de 1953 Castro lideró un ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Muchos de los rebeldes fueron asesinados; otros, como Castro y su hermano Raúl, capturados. Durante el juicio, Castro defendió el ataque. “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento”, declaró Castro. “Pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.
Castro fue sentenciado a 15 años de prisión. Posteriormente, Batista cometió un gran error estratégico y liberó a Castro y a sus seguidores en una amnistía después de la elección presidencial de 1954. Fidel se exilió en México, donde planeó su regreso a Cuba. Castro se trasladó con sus aliados a Cuba en un destartalado barco de nombre Granma. Después de su arribo a bordo del sobrecargado bote, junto a Che Guevara y 80 de sus camaradas en diciembre de 1956, Castro fue considerado un libertador romántico. Como tal, participó en una campaña de acoso y guerra de guerrillas que enfureció a Batista.
Los artículos del corresponsal y editorialista de The New York Times, Herbert L. Matthews, en febrero de 1957, reprodujeron las afirmaciones de Castro de que el futuro de Cuba no era otro sino un Estado comunista. “Sus ideas de libertad, democracia, justicia social, necesidad de restaurar la constitución, de celebrar elecciones, están bien arraigadas”, escribió Matthews. Fue la fuerza simbólica de su movimiento, y no el armamento en manos de Castro lo que venció al gobierno. Para cuando Batista huyó del aeropuerto de La Habana poco antes de la medianoche del Año Nuevo de 1959, Castro ya era una leyenda. Sin embargo, la oposición al gobierno de Castro comenzó a crecer en Cuba, invitando a campesinos e insurgentes anticomunistas a levantarse en armas.
Cuando las primeras oleadas de exiliados cubanos llegaron a Miami y al norte de Nueva Jersey después de la Revolución, muchos tenían la intención de derrocar al hombre que alguna vez habían apoyado. La CIA ayudó a entrenar al ejército en el exilio para recuperar Cuba por la fuerza. El 17 de abril de 1961, 1500 combatientes cubanos aterrizaron en la Bahía de Cochinos. La invasión estuvo mal planeada y su fracaso generó la desconfianza hacia Estados Unidos que Castro explotaría para obtener beneficios políticos durante el resto de su vida.
En nuestro país, como era de esperar, según la ideología política, ha habido múltiples declaraciones al efecto en los medios. En periódicos como El País o la vanguardia, se mezclan noticias en las que se alaban al líder cubano, y destacando, en El País, en las que se dice que las cenizas de Fidel Castro recorrerán el país, o noticias sobre el desencuentro de este con los intelectuales.
Los periódicos de corte mas conservador, como El Mundo, ABC, Libertad Digital, etc. Aunque expresan cierta pena por la pérdida, no siguen el mismo papel que los anteriores, y recuerdan todos los males que ha causado Fidel Castro en estos años, y esto es lo importante, no debemos hacer madera del árbol caído, pero tampoco engrandecerlo, porque todos cometemos errores.