Ayer, jueves 23 de junio, la barriada de Juan Yagüe albergaba la hoguera propia de San Juan junto con una verbena para celebrar no solo la llegada de los Sampedros, sino también el final oficial del curso y la llegada del verano (y el solsticio de verano como triunfo del día sobre la noche). No faltaba razón para celebrar. Así se sintió por las calles, abarrotadas de multitudes, donde la gran mayoría eran jóvenes.
La Llama
Como simios entorno a un monolito a lo Stanley Kubrick, todo Burgos se esparce por oscuras y traicioneras praderas. “Que mal huele Burgos,” dice un caminante mientras la muchedumbre avanza, entre risas, por una pradera recién abonada. El ambiente de fiesta era palpable, no solo por el entusiasmo ebrio de los presentes sino por las bolsas de bebidas esparcidas entre sus pies. A medianoche, una pequeña llama nace en mitad de este monolito, y el capullo de madera completa su metamorfosis convirtiéndose, así, en algo símil a un dios pagano de fuego. El calor se esparce por la pradera, y las exclamaciones de los presentes traiciona su asombro. La danza de las llamas parece hipnotizar, y la importancia de este ritual se hace evidente. Esto dura, por supuesto, hasta que el tintineo de la cercana música se infiltra entre la multitud.
La Danza
Los feligreses, tras su rito de pasaje marcado por fuego, comienzan su procesión por las praderas hasta la plaza de San Juan Bautista. Ahí espera un templo de luces y música. Embriagados por el calor y el humo, seguramente, la juventud toma la plaza tal como sans-culottes tomaron la plaza de la Concordia. La guillotina toma forma de escenario, donde se presentan versiones de canciones populares; ‘el aserejé’, ‘tómbola’, ‘mayonesa’ y la ya legendaria ‘danza kururo’ (lista de reproducción, según me comentan, clásica de toda verbena). Hacia la 01:00 de la madrugada, la música cambia a versiones de reggaetón que, al igual que las anteriores, despierta alegría y emoción entre los presentes.
Poco antes de las 1:30, la verbena se interrumpe. Los artistas suplican, sin música y con seriedad, una ambulancia para atender a una persona epiléptica desmayada a causa del espectáculo de luz. Afortunadamente, el dispositivo conjunto del Cuerpo Sanitario, Cuerpo de Bomberos y Protección Civil se mantenía en espera frente al lugar de la hoguera – apenas calleja y media de distancia con el escenario. La llegada de dos ambulancias fue cuestión de minutos, y para las 1:36 la persona ha sido atendida, las ambulancias se retiran, y la música regresa.
La Quema
A las 2:00 de la madrugada, el gran Gulliver de fuego cae derribado gracias a los más valientes liliputienses (también conocido Servicio de Prevención, Extinción de Incendios y Salvamento (SPEIS) del Ayuntamiento de Burgos, pero eso es un drama de leer). Cabe mencionar que los intentos de los bomberos de derrotar los grandes troncos de la hoguera (unos 6 o 7 según los testigos) fue muy entretenido. El derrocado dios del fuego cae, pues, y en sus cenizas se acercan aquellos con sacrificios para las llamas. El fuego las engulle. Los lugareños toman fotos, observan, hablan y ríen, pero de manera más serena, más personal e intima que sus contrapuestos verbeneros.
Concluye, finalmente, la crónica de esta noche simbólica, mágica, joven y alegre de una ciudad sin rival. Se adjunta, por supuesto, que todo Burgos agradece la presencia y la constante vigilancia de nuestros cuerpos sanitarios, de seguridad y protección civil. Un especial reverencia, también, hacia los bomberos responsables de controlar la llama protagonista de esta noche. El testigo que de este ritual se retira, caminando entre bolsas abandonadas, botellas de plástico y cristal, y latas espaturradas tuvo (sea por el misticismo del fuego o la inhalación de humo) una revelación divina: no hay nada más guay que la gente que recoge su basura.