Cristina Ballesteros
Mucho se está hablando estos días de la concesión del Nobel de Literatura, y no es para menos, otorgado al cantante Bob Dylan. Sí, han leído bien. Yo también me sorprendí sobremanera cuando leí la noticia. ¿Un cantante ganando este premio? No sé si se merece tal galardón y no es que esté cuestionando su talento, ni mucho menos, pero es que nunca antes se había dado un caso de esta naturaleza en la historia de los Nobel. La Academia Sueca ha declarado que él ha sido el elegido de este año “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”.
Desde luego, innegable es la influencia que ha tenido en músicos posteriores, a saber, Los Beatles, Los Rolling Stones o Bruce Springsteen, entre otros cientos. Ahí es nada. Los críticos han reconocido siempre la dimensión poética del joven de Minnesota. Incluso Nicanor Parra, aseveró que solo por tres versos de la canción Tombstone Blues, incluida en Highway 61 Revisited, se merece el Nobel. Son los versos: “Mamá está en la fábrica / no tiene zapatos / papá está en el callejón / está buscando un fusible / yo estoy en las calles /con el blues de Tombstone”. Aquí, Dylan, sintetiza en apenas una frase el espíritu norteamericano de mediados de los sesenta, ese país que necesitaba buscarse para reencontrarse consigo mismo.
Apenas era un chaval cuando abandonó su Minnesota natal para llegar a Nueva York, acompañado de una guitarra acústica, con el deseo de conocer a su ídolo, el cantautor Woody Guthrie. Dio a parar en el bohemio barrio de Greenwich Village, en Manhattan. Allí tomó un primer contacto con diversas personalidades de la escena musical norteamericana, principalmente cantautores, de los que bebió para sus primeras letras, entremezclándolos con la poesía francesa surrealista del siglo XIX, especialmente de Arthur Rimbaud.
No obstante, si existía en el mundo una fuente de inspiración que lo animara era la prensa diaria, la cual encendió e iluminó las canciones protesta del joven Dylan, en aquellos convulsos años sesenta.
Estados Unidos vio nacer, o más bien engendró, a los poetas de lo que se ha llamado la Generación Beat: Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes o Allen Ginsberg. Dylan se fijaba en ellos, veía la expresión perfecta de rebelión al sistema y concepción de vida norteamericanas, y los siguió en su juventud, con la inocencia sí, pero también con toda la fuerza de la que disponía. No obstante, ellos veían en él al portavoz generacional, no solo por ser mucho más influyente y conocido, sino por la verdad, la sinceridad, y la incisión de cada una de sus palabras.
Del folk pasó al pop, siguiendo las corrientes británicas coetáneas que triunfaban entonces en el país, como son los Beatles. A mediados de los sesenta publicó su única novela, Tarántula, de tipo experimental a imitación del estilo de los poetas Beat que fracasó estrepitosamente. Entendemos, entonces, que la poesía es la única arma con la que se ha hecho con el Nobel. Se valió el apodo de “trovador”, ya que la manera de transmitir la sensación y vida de la sociedad norteamericana bien se parecía a la antigua labor de estos personajes en la anciana Europa.
Ahora, días después de hacer público el fallo, la Academia Sueca no ha sido capaz de contactar con él. Ni responde a las llamadas, ni ha hecho declaraciones públicas. Sus familiares cercanos sí han respondido por él, pero no sabemos aún si aceptará el galardón. Nunca quiso definirse a sí mismo, como señala su frase: “No me llamo poeta porque no me gusta la palabra. Soy un artista del trapecio”. Quizá no llegue nunca a confirmar el reconocimiento.
Si entramos a valorar académicamente la resolución del jurado sueco, he de reconocer que no estoy del todo de acuerdo. Nunca me ha gustado el intrusismo, y no es estoy diciendo que él sólo haga música y no letras de canciones, las cuales son, necesariamente, poesía. Tan solo quiero pensar que hay muchos escritores consagrados verdaderamente a la literatura que también merecían el premio, como se ha hablado últimamente de Philip Roth o Haruki Murakami.
En fin, la decisión está tomada, de momento, y hemos de reconocer que Dylan no sólo ha sido un hito en la música, sino también en la literatura. Y ser parte fundamental de ambas no puede escribirlo cualquiera en su currículo. Tanto llamar a las puertas del cielo y al final entraste.