Investidura fallida

Las elecciones del 20 de marzo dejaron un escenario extraordinariamente novedoso y una clara incertidumbre. Por primera vez desde la Transición no se conocía la misma noche de las elecciones el nombre del próximo inquilino de la Moncloa. Se mantenía el Partido Popular como primera fuerza política, pero perdía nada más y nada menos que sesenta escaños. El PSOE no era capaz de rentabilizar el desgaste de los populares y sumaba el peor resultado de su historia reciente. Podemos conseguía sobreponerse con respecto a las encuestas que apenas un mes antes colocaban a la formación morada en cuarta posición, pero no era capaz de alcanzar al PSOE.

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Ciudadanos, por su parte, conseguía un resultado muy lejos de lo esperado por sus líderes, y quedaba relegado a la cuarta plaza, con unos cuarenta escaños que parecían no servir de mucho.

Algo más de dos meses después, el tiempo transcurrido parece mucho mayor. Hemos visto a Rajoy autoexcluirse de la investidura, a Iglesias autoproclamarse vicepresidente de Sánchez, y a éste último obviar a ambos volviendo su vista hacia un Albert Rivera que se convertía, desde un primer momento, en quien más había sido capaz de rentabilizar sus escaños.

Y así, con el Presidente en funciones pidiendo un pacto a la alemana (Gran Coalición), y el líder de Podemos uno a la portuguesa (Coalición de izquierdas), llegamos al 1 de marzo, fecha de inicio del debate sobre la investidura de Sánchez.

Sánchez se presentó ante el Pleno del Congreso con el aval de su militancia y sus barones al acuerdo con Ciudadanos, pero con unos escasos 130 escaños que quedaban muy lejos de la mayoría necesaria para ser investido, pronunció un discurso plagado de indirectas (o no tan indirectas) hacia la responsabilidad de Podemos en su fracaso, y aguardó a las réplicas.

El resto de los actores tampoco sorprendió en exceso, Rajoy estuvo extraordinariamente cómodo desde una posición en la que podía prever con claridad el fracaso del candidato socialista. Iglesias dio cancha a su vena rupturista, logrando el mayor abucheo de la bancada socialista al recordar el pasado de Felipe González y el terrorismo de estado. Y Rivera ejerció una vez más ese papel que tanto parece entusiasmarle, de nuevo Adolfo Suárez, con apelaciones constantes al sentido de estado y a la Transición.

¿Y ahora qué?

Pese a que el proceso de investidura ha concluido de la manera en que todo el mundo preveía, las incógnitas aparecen ahora por doquier, nos encontramos en una situación nunca antes ocurrida, en la que un candidato a la Presidencia del Gobierno no logra la investidura ni en primera, ni en segunda votación.

Atendiendo a la Constitución, en su Artículo 99, el siguiente paso deberá ser la propuesta de un candidato alternativo por parte de Felipe VI, si bien parece poco factible que alguien vuelva a dar el paso sin contar de antemano con los apoyos necesarios (Rajoy ya ha dicho que solo se presentará a la investidura si cuenta con el apoyo de PSOE y Ciudadanos). Así pues, y dado el veto de Sánchez a las formaciones independentistas, que posibilitarían su elección en caso de un acuerdo con Iglesias, y el rechazo de éste último a compartir espacio con la formación de Albert Rivera, todo parece avocarnos sin remedio a unas nuevas elecciones.

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Eduardo Tena

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