Las nubes giran y se rozan hasta morir,
hasta que un rayo de luz las atraviesa,
hasta que la noche se cierne sobre ellas,
hasta que la oscuridad las impide resurgir…
Una vez que la tranquilidad las nubla y las estrellas las protegen,
mis ojos, encendidos con la niebla, reparan en su presencia.
Nubes, mudas y tristes precipitan sobre mí,
que las he cortejado con la mirada,
sobre la tierra que nace de su respiración.
Entonces, la veo sola entre los versos de este poema,
impasible, con esos ojos de luciérnaga,
con la duda en los labios,
con el temblor de que el cielo vuele.
Las nubes pierden mi atención. ya solo queda ella…
Única para mis ojos, perfecta para mi mente,
sus ojos se mueven,
cambian repentinamente de dirección
y me miran y observan,
su mirada sigue impasible.
Cualquier movimiento podría hacer que cambiara de postura,
y no quiero, niña preciosa.
Ojalá no seas un espejismo de esta mente sola y desnuda.
vuelvo a mirar a las nubes, ya no están, han desaparecido.
Quizá sea que yo no las veo,
quizá sea porque un lucero me ciega,
o quizá porque la mayor estrella me sigue mirando
con sus ojos verdes y su piel morena.
Sonríe…
Por primera vez me dedica una sonrisa,
la magia se apodera de la noche,
el cielo se rompe, la tierra se desvanece
y mi corazón decide por sí solo explotar.
Por fin se fija en mí.
Sus ojos se clavan en los míos,
la sangre electrificada recorre mi cuerpo,
un ruido, un deseo, la luna nos observa.
Se acerca a mí y toco su mano fría, suave, tierna y frágil.
Se acerca más y más hasta que sus labios rozan mi oído:
‹‹ Entre tú y yo la luz se hace nada y el cielo se arrodilla.
préstame tu dolor, y mi corazón será tuyo. ››
Sumergida en ella, me dejo llevar por la melodía de su voz,
que encierro en mis pensamientos,
que no dejaré ir…
Unos segundos, unas palabras y el amor luce ya en mis ojos.
Neila Rodríguez