[dropcap]N[/dropcap]o podemos negar lo evidente, el Debate sobre el Estado de la Nación (DEN) aparecía en la agenda de la vida política española como una fecha muy negra. Un mal trago que había que pasar, y cuanto más rápido, mejor.
El Congreso de los Diputados presentaba una situación realmente sórdida:
El presidente del gobierno aparecía enarbolando la bandera de los brotes verdes que el mismo había cosechado, y que ahora, nos mostraba orgulloso, con la misma credibilidad con la que Ruiz Mateo aparecía en nuestras televisiones, a la hora de la siesta, convenciéndonos del chollo que suponía comprar acciones de Nueva Rumasa.
A todo esto, llegaba por la banda izquierda un enfurruñado Pdro Snchz (esto es un guiño a su asesores)con ese arrojo con el que salen los toreros a la plaza. No tengo claro si el cabreo era por los «Tomases» o por las «Susanas» o quizá tenga algo que ver con los nuevos amigos de su colega «ZP». Pues con esta cara, aferrado a las ruinas del puño y la rosa, asistió atónito a los abucheos de la bancada popular, que parecían pedir clemencia por el toro (Mariano). Quizá se salvo Garzón y quizá se salvo Rosa Díez. En un momento el Congreso se había convertido en una especie de circo romano y, llegado el momento del avituallamiento, los leones salieron en manada hacia el bar, a por uno de esos Gintonics a precios populares, nadie se acordó de llevarle uno al pobre Garzón, al que dejaron en la tribuna, con la palabra en la boca.
Parecía necesario que alguien de los allí presentes nos dejara una imagen grabada en la retina de lo que estaba sucediendo. Bien podría haber aparecido Alfonso Guerra, subido a un caballo, al grito de «¡Vamos a dejar España que no la va a conocer ni la madre que la parió!», o bien Pablo Iglesias abrazado a Antonio Carmona con la nueva canción del verano «TIC-TAC, PIM-PAM-PROPUESTA» pero no, la guinda del pastel la puso Celia Villalobos que decidió que en vez de echarse la siesta mientras su jefe nos contaba lo bien que lo hacía todo («salvo alguna cosa»), se iba a pasar ese nivel del «Candy Crash Frozen» que a todos se nos ha resistido alguna vez mientras presidiamos el Congreso de Diputados.
En fin, como diría Tomas Guasch: «Si esto no es un fin de ciclo, ¡Que venga Dios y lo vea!
Alberto Martín Alonso