Ela Romeral
Ya no atardezco igual,
desde que el crepúsculo me recuerda
los muertos a los que nadie lloró.
Toda mi vida cabe en una mochila,
ya no sueño por si se me cuela alguna bala en las pestañas
se me clavan de las vallas las espinas de los que no cruzaron.
Beso el mar al posar pies y alma en tierra.
Solo imploro a los que me reciben: no quiero morir.
Aún. Mis hijos han hecho exactamente
el mismo mal que los vuestros:
apenas ninguno.
Dios ensangrentado pide clemencia en las trincheras
y los yihadistas lo degollan y /lo ponen en un altar.
Occidente se tapa los oídos para no oírnos gemir.
Siguen siendo humanos, después de todo,
es solo que no les gusta actuar como tal.
Señores, invasor nunca será el que huye de su patria
y deja allí su corazón.
Humano es el que huye del hogar y tiembla
no el que no tiembla al apuntar
y disparar.
Vuestro Dios no se merece esto.
Vosotros (no)
os merecéis esto.
Si me hubierais disparado estaría menos muerto que vosotros.
Seremos libres.
Viviremos.
Aunque sea a costa de nuestra vida.
A la libertad también la han abatido.
A tiros.
Como solo un ser humano nunca haría.
Ya no creo. Tampoco rezo. Solo
espero. Nadie atardece igual
después de esto.