[dropcap]M[/dropcap]e llamo Luis y soy biólogo, me interesan especialmente ciertas partes del mundo animal, como por ejemplo las hormigas. Cómo es posible que esos seres diminutos y sin raciocinio sepan cuál es su lugar y obligaciones en la jerarquía del hormiguero, ¿por qué no tienen el sentido de individuo?
Quizás es porque la hormiga por sí sola no sería capaz de sobrevivir en su pequeño mundo, hay arácnidos, anfibios, aves e incluso mamíferos para los que es un bocado muy fácil.
Como ser humano, la visión de una hormiga que no hace más que trabajar y trabajar sin ningún otro fin en la vida me resulta un tanto deprimente.
Hay otros animales, como el león o el lobo, que aunque pueden vivir en sociedad no por ello desaparece la condición de individuo y llegado el punto, también son capaces de sobrevivir sin el grupo. El problema es que se basan en la ley del más fuerte para establecer la jerarquía.
Por último estamos nosotros, los seres humanos, los más inteligentes (unos más que otros, claro está) el ojito derecho de la evolución, los que nos organizamos no gracias a la fuerza, si no mediante el derecho, las leyes y el raciocinio, y eso nos coloca en la cúspide de la pirámide evolutiva, o eso creía yo hasta hace dos noches…
El oscuro manto nocturno se había cernido sobre nuestra mitad del planeta, pero la noche estaba en calma, no hacía viento y las estrellas poblaban y rasgaban aquel impenetrable manto de negrura.
Entonces, al dormir tuve un sueño, me hallé en un mundo nebuloso, verde, húmedo y frío, y allí encontré a unos seres cuyo nombre nunca escuché. Tenían cuerpo, pero yo solo veía sus caras. Su forma era la de un trapecio invertido, su piel era gruesa, dura y de color azul marino numerosísimos surcos horizontales poblaban toda su cara, y en el centro, una especie de pequeña trompa.
A pesar del temor inicial, pudo conmigo la curiosidad, y decidí hablarles, a los pocos minutos tuve la certeza inexplicable de que aquellos seres estaban más evolucionados que nosotros, en su hablar todo era sabiduría coherente y simple.
No sabía su idioma, pero lo entendía, no era ni siquiera sonoro, pero lo escuchaba. Entonces me preguntaron, ¿de dónde vienes, qué eres?
– Hola, puedes llamarme humano, vengo de un planeta en que nosotros somos los más inteligentes
– ¿Luego hay otros menos inteligentes?
– Sí
– ¿Y por qué lo son?
– Porque o bien se basan en una jerarquía social implacable, o en la salvaje ley del más fuerte. Son así porque al contrario que nosotros, ellos no tienen racionalidad que les permita cuestionarse las cosas y organizarse de forma justa.
– ¿Y cómo os organizáis vosotros los superiores?
Con orgullo le hablé de nuestros sistemas de derecho, en la Constitución se establece la base de todas las normas, todas ellas están por escrito, son justas y casi siempre se cumplen.
Entonces dijeron – Parece muy poderoso ese Derecho del que habláis ¿Cómo es, dónde reside su poder?
– Bueno, es una idea que materialmente se plasma por escrito
– Y ¿qué es por escrito?
Le hice una demostración, tomé un papel y escribí unas letras, y le dije que aquellas letras conformaban las ideas que representaban el derecho
– ¿Tú, humano, quieres decir que negro sobre blanco (papel) y línea sobre línea (letras) es la superioridad de vuestra especie?
Entonces tomó el papel, lo engulló y dijo: – Pues yo no he notado ningún poder en el derecho que me acabo de comer
Estuve a punto de replicarle y explicarle más profundamente lo que era el derecho y que en realidad había medios para hacer cumplir lo que en él se establecía, pero antes de abrir la boca…
– Sabemos todo lo que nos quieres decir humano, y sabemos todo a cerca de vuestro derecho porque una vez nosotros también estuvimos atrasados en aquella forma de organización.
¿Qué te hace pensar que negro sobre blanco y línea sobre línea es superior a la ley del más fuerte?
Los seres humanos no nacisteis con derechos, los inventasteis, funcionabais según la ley de la naturaleza, pero aquélla era demasiado y no se os ocurrió nada mejor que el derecho y la racionalidad cuando como animales ligeramente racionales son las emociones y los instintos los que os gobiernan en mayor medida.
Podéis crear las sociedades más organizadas jamás vistas, pero olvidáis que eso no tiene nada que ver con vuestra naturaleza animal, y que nunca os satisfarán realmente.
El hombre moderno deja de ser humano y permite que su pequeña naturaleza racional gobierne y dirija a su mayoría emocional.
Aquello me dejó pensativo, y antes de despertarme me dijeron:
Si queréis organización satisfactoria, olvidaros de tinta sobre papel o de cumplimiento obligado de las leyes, y haced que sea la libertad moderada y educada hacia el sentido común quien os organice y así os autogobernareis de forma justa y natural.
El ser humano es una especie en peligro de extinción en el siglo XXI. Somos hombres, pero menos humanos que nunca.
Yago Rodríguez.