Washington D.C. y la tensa calma

Mario Ortega Pérez

Los pueblos tienen el gobierno que merecen. Aquella frase atribuida a Jovellanos rondaba mi cabeza, cuando esperaba inquieto la entrada a National Hall para asistir a la quincuagésima octava inauguración presidencial de los Estados Unidos de América. ¿Merecía el pueblo norteamericano a Donald John Trump? Acaso su falta de trasparencia, sus comentarios desafortunados e impertinencias eran el reflejo de uno de los países más poderosos de la tierra.

Había vivido las primeras protestas en Washington D.C. la noche anterior y los manifestantes lo habían dejado claro: «Respeta la existencia o espera resistencia». Aquel mensaje evidencia un país profundamente dividido y sumido en una tensa calma.

El, hasta ayer, presidente electo era recibido con una fina lluvia y acompañado por un sonora multitud entregada al espectáculo. En un discurso nacionalista, prometió liberar al pueblo y devolverle el poder. Acaso querrá entregar el poder de las manos de empresarios y lobbistas como él, a aquellos que sólo piensan como él.

Thomas Paine , filósofo y revolucionario estadounidense escribió en su obra Sentido Común: «Las sociedades en cada estado son una bendición, pero los gobiernos incluso en el mejor de los estados, es un mal necesario». Por ello no conviene olvidar, que el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, fue elegido en unas elecciones libres y democráticas. Ha llegado hasta allí porque los norteamericanos así lo han decidido. Pero ni el Congreso de los Estados Unidos, ni los grupos sociales expectantes de sus primeras decisiones le van a dejar llevar a cabo muchos de sus alocados planes; la separación de poderes durante su mandato deberá ser efectiva y eficaz para resolver los problemas que existen en el seno de este país.

Sólo deseo para el pueblo estadounidense, que no olviden el espíritu que guío a James Madison, Jonh Adams y George Washington, aquel espíritu integrador guiado por una tensa calma que llevó a las trece primitivas colonias a independizarse de un mal gobernante. Deseo que no olviden que la democracia es una conquista del pueblo para el pueblo.

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