La semana pasada, el pensador y escritor italiano Umberto Eco visitaba la abadía de Santo Domingo de Silos, uno de los monasterios en los que se inspiró para escribir su afamada y superventas novela El nombre de la rosa. Unos días después, el pueblo que acoge a la orden benedictina es desalojado por la cercanía del incendio forestal declarado en Quintanilla del Coco (Burgos) el domingo 24 de julio a las 13:15. Se necesitarán el ingenio de Guillermo de Baskerville, la sabiduría de Jorge de Burgos y el duro trabajo de las dotaciones de bomberos y de la UME para salvar el monasterio y su magnífica biblioteca.
El incendio de Quintanilla del Coco, que afortunadamente ya ha sido controlado, ha obligado a desalojar cinco poblaciones. Ha arrasado 3.500 hectáreas. Y ha engullido parte de Santibáñez del Val y algunas casas de Silos.
El papa Francisco decía una vez que ya no nos afectan las desesperadas alarmas que la comunidad científica nos lanza sobre los efectos del cambio climático, tan visibles estos días en nuestro país, porque, simplemente, el vaso ya está lleno. Nuestra sensibilidad tiene un límite, y hace tiempo que ya casi nada nos conmueve. En parte, esto también nos ocurre después de semanas de terribles noticias sobre la virulencia de las llamas en Zamora, Cáceres, Ourense, Ávila, Salamanca o Barcelona. Pero, es importante recordar que detrás de cada hectárea quemada hay un agricultor que pierde su medio de vida. Que detrás de cada casa quemada hay una familia que pierde su hogar. Que detrás de cada fallecido hay un hijo que pierde a su padre y una madre que pierde a su hijo.
Juan. Ese es el nombre del fuego. Y también Mari Carmen, Pedro, Jimena, Rodrigo y Rosa. El fuego tiene muchos nombres, distintos unos de otros, pero todos comparten una cosa: una triste historia de destrucción que debe ser escuchada y, sobre todo, recordada. Recordada para que, dentro de 1 semana, de 1 mes y de 1 año sigamos exigiendo, como ciudadanos, pues es nuestro deber, que se atajen las causas, por todos conocidas, de estos terribles incendios: despoblación y el cambio climático. Por cierto, un pequeño inciso, al contrario de lo que dice nuestro Consejero de Medio Ambiente de la Junta Castilla y León, ninguna de ellas son las nuevas modas del ecologismo ni sus posturas más extremistas, aunque quizá la negligencia de la Administración competente sí debería entrar en la lista.
En cualquier caso, nadie dice que luchar contra estos fenómenos globales sea sencillo, pero estoy seguro de que después de las decenas de miles de hectáreas quemadas, después de los muertos y de los pueblos reducidos a cenizas, encontraremos, todos, una historia que recordar para no olvidar jamás algo: No nos podemos permitir que nuestro mayor tesoro, la naturaleza, se pierda. No nos podemos permitir, en definitiva, que la Poética, de Aristóteles, arda.