[dropcap]A[/dropcap]yer mismo, el domingo, estuve hablando con una buena amiga mía. Una chica de carrera, idiomas y buena cuna. Tres días antes también hablaba con ella pero por otro motivo: la había dejado su pareja. ¡Por segunda vez! Estaba destrozada y su tono era fiel testigo de ello. La verdad es que sus amigos la decimos que no tiene que soportar a este hombre, y mucho menos ceder a su torturadora voluntad. El motivo de esta segunda ruptura es que él quería comprarse un Porsche (en concreto el Carrera Turbo), y pretendía que ella, sin carnet, le pagase la mitad del montante. Uno entendería que si estuviesen en un régimen de gananciales esto pudiera ser motivo de enfado y discusión, pero hasta donde sé no comparten más que momentos dulces y amargos, solamente eso.
Era sorprendente oírla tan alegre y tan feliz nada más descolgarme el teléfono con ese “Sergio cielo ¿Qué tal todo?” Me turbó un poquito, y la verdad que decidí ahondar. Me dijo que algunos de sus compañeros de Universidad la regalaron un kit anti-depresión, que consistía en unos chocolates, la revista Vogue, cena y estancia en el hotel Carlton. La verdad que ese regalo alegra a cualquier infeliz transitorio. Por si no fuese poco, antes de entrar por la marmolada recepción de uno de los mejores hoteles de Bilbao, la chica se me fue de compras gastando una para nada despreciable cifra en un reloj. A la pobre no la hicieron el descuento del “Black-Friday”, que la habría comportado un gran ahorro (que me crea el que esté leyendo). Agotada de pasearse y hacer gasto en las boutiques de la capital financiera vasca, decidió darse un placentero y merecido baño de espuma. La conozco bastante bien y mientras estaba jugando con la espuma estaría hablando con el móvil, desde luego. Una de las personas con quienes hablaba no era otra que su reciente ex, que estaba arrepentido y se sentía mal por el comportamiento que había tenido con la chica (¡Cómo para no!). Ella lo que quería era desconectar. Alejarse de todo vínculo que pudiese producirla estrés. Así que tras el baño, se secó minuciosamente para, tras meterse en el albornoz, pasar a acostarse en su visco-elástica cama (que sería toda suya por una noche). Para su sorpresa tocaron la puerta y se tuvo que reincorporar. La sorpresa me la llevé yo al saber que era su exnovio, arrepentido, llorando y pidiendo perdón el que estaba tocando. Ella jamás le había visto así, y se emblandeció (mucho) invitándole a pasar. Trataron lo ocurrido, lenta y motivadamente. No sé qué pasaría en esa habitación 314, pero tuvo que ser algo importante para que volviesen a retomarlo, intentándolo de nuevo por tercera vez.
Esto no tuvo lugar en un hotel de Hollywood. Esto pasó en una ciudad a menos de 200km de Burgos. La verdad que ahora me creo que todo sea posible, y mucho más cuando media un sentimiento sincero de por medio. Aunque a veces ese sentimiento potente pierde el mando cuando entran en juego otras emociones, que sin duda anulan el juicio.
Sergio FontVil.