«Je suis» quien me conviene

Hay gente muriendo ahí fuera. Lo más triste de todo es que somos conscientes de ello y parece que nos da igual. Observamos impasibles, desde la seguridad que da saberse ciudadano de un país del primer mundo. Quizá lo máximo que lleguemos a decir sea: pobres diablos. Eso sí, luego bien que somos los primeros en denunciar la barbarie y la violencia gratuita cuando esta se desarrolla “en casa”.  Nos escudamos y olvidamos de las guerras, el hambre y la muerte tras el fútil argumento de “no, es que esto aquí no pasa”. Pero cuando pasa… Cuando pasa ponemos el grito en el cielo. Los políticos condenan los actos de barbarie, condenan a los culpables, dicen que pondrán todos los esfuerzos en evitar que cosas como estas vuelvan a pasar, que los causantes de tanto daño serán atrapados y conducidos ante la justicia.

Aún no he oído a ningún político europeo poner el grito en el (WEB) 211716_Kurdish_refugee_boy_from_the_Syrian_town_of_Kobani_holds_ontocielo por lo que está pasando en Siria y mucho menos por lo que estamos haciendo a los refugiados en Europa. Parece, que en las pequeñas y difusas mentes de nuestros “grandes líderes”, el concepto de persona no se extiende más allá de las fronteras de Europa. Parecen no darse cuenta de que la gente a la que estamos negando el asilo y la ayuda huye de lo mismo que ellos han condenado con pasión. ¿Acaso nadie se ha percatado de que ellos escapan de un París que en sus casas, en sus calles, se produce todos los días? ¿Acaso no han pensado que lo que pasó en Bélgica para nosotros es una mancha negra en nuestro impoluto historial, pero para ellos es el pan de cada día? Ciegos en la soberbia de saberse amos y señores del mundo, se permiten el lujo de dejar en la calle a las miles de personas que han tenido que abandonar sus hogares por culpa de la guerra,  una que nadie les dijo que no se iba a acabar nunca. Que los ha dejado sin nada más que lo puesto; que los ha obligado a marcharse lejos de todo lo que conocían para tratar de encontrar un futuro mejor, y al llegar a las puertas de su sueño europeo, se las encuentran cerradas. Cerradas por culpa de un acuerdo que ha decidido la suerte de cientos de personas a golpe de talonario.

Es curioso, si. Es curioso cómo nos creemos a salvo en nuestra cúpula de cristal a través de la cual miramos el mundo con indiferencia, pensando que es inquebrantable, cuando en realidad es tan frágil que se rompería con soplar. En el momento en que se rompe nuestra burbuja es cuando proliferan las palabras de denuncia, las cadenas solidarias en redes sociales, las banderas del país afectado en Facebook, los je suis en Twitter. Sigo esperando que Facebook haga banderitas para los perfiles de los usuarios de Siria, Mali, Venezuela; sigo esperando sentada a que las cadenas solidarias se conviertan en je suis refugiados, je suis Palestina…; sigo esperando que los telediarios dediquen una semana entera a los atentados con miles de muertos, que suceden en países tercermundistas: sigo esperando que los políticos lloren en sus comparecencias por la muerte de inocentes, que solo querían escapar de un final que los ha acabado atrapando; sigo esperando…

Este es el momento en el que algún iluminado en un bar me díría, que para responder a la violencia, lo mejor y más efectivo es hacer uso de más violencia y: “lanzarles un buen par de bombas a esos hijos de puta”. Esto podría ser solo palabrería de un borracho un sábado por la noche. El problema radica en que, con mejor retórica, estas palabras pueden salir de la boca de cualquier político europeo y a nadie le parecerá raro.

Protestamos y clamamos al cielo cuando unos terroristas detonan una bomba en un tren, matan a tiros a dibujantes de una revista satírica o estrellan un avión contra una torre, pero a la hora de la verdad, somos los primeros que contestamos a la violencia con violencia. Luego nos quejamos cuando estalla el mundo a nuestro alrededor. ¿Cruel ironía?, tal vez, ¿karma? Seguramente…

Este mundo está plagado de hipócritas. Yo la primera. Me veis aquí denunciando la situación inhumana de los refugiados (este término en sí ya es hipócrita como el que más) y la falta de interés por el resto de conflictos cuando no nos afectan de manera cercana, pero fui la primera en ponerme la banderita de Francia en el Facebook. Fui la primera en unirme al Je Suis Charlie/Bruselas.

La diferencia es que con el tiempo yo me he dado cuenta de todo lo que he contado anteriormente. Parece que los políticos no quieren darse cuenta. ¿Y tú?

Je suis

Paz Huertos

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