Sentimientos para/con la corrupción
La ilusión solo radica en la imaginación, cuya función divisoria de las luces y de las sombras, que se observan entre el albedrío nocturno, mirado en los ojos en los que fluye la melodía monótona de la soledad y la inmundicia. Una sensación indescriptible que deja a la vista la vida paralela que viven y sienten todos aquellos que nos observan y deciden por nosotros, y desnudan nuestro furor vistiéndolo de inocencia injusta, de auténtico pasotismo. Ven nuestra esperanza con la más ruin indiferencia que hasta ahora cualquier mente pudiera creer imposible. Sí, me refiero a esa realidad descrita por diferentes personajes que, desde su puño y letra, en cada palmo, por minucioso e imperceptible que parezca en todas las fases y rincones de nuestra historia han escrito y descrito una y otra vez el mismo error, el mismo gesto de la corrupción.
El púlpito de poder que en cada lugar se presenta a cada grupo de personas que con coraje y sin pudor se atreven a pisar para dividir o unir un territorio, una ilusión o una esperanza entre sujetos, entre monigotes de quita y pon que se suceden con el tiempo en cada casa, con nombres y apellidos diferentes que les separan y a la vez les unen, pero que, en definitiva, les hace únicos en su ser y en su pensamiento. Este grupo de personas que tanto daño pueden causar y a la vez que tanto sufrimiento pueden ahorrar son los que pertenecen a algo tan insignificante como los partidos políticos. Estos son irreales, falsos; solo definen y se enorgullecen de diferenciarse por una serie de ideas, corrientes distintas de pensamiento cuyo fin es el mismo: gobernar. Sin embargo, es lo que se dice, un político es un trabajador como cualquier otro, un fiel seguidor de sus seguidores. Nada impresionante, pero que muchos ven como inalcanzable. Un sinfín de cosas unidas que se separan a su vez y que unen y separan a personas, a formas de vivir y a creencias. Son como… una nube de sueños, realidades y corazones que se unen y se juntan para conseguir algo que, dependiendo de la imaginación, parece más cercano o más lejano.
Por qué será que es tan difícil construir un sueño, aquél que alguien quiera ver hecho realidad, aquél en el que todos o ninguno podamos o queramos creer. El sueño de un político no es otro, o al menos no debería ser otro, que el de cumplir sus fines que son los mismos que los de todos aquellos que creen con absoluta convicción en él. ¿Por qué es tan fácil decir “lo voy a hacer bien y de forma justa” y tan difícil para algunos cumplirlo? ¿Por qué cuando un conjunto de billetes pasa delante de nuestros ojos la ambición y la avaricia nos tientan hasta el punto de olvidarnos de por qué estamos ahí, de por qué nos han elegido y para qué? Es entonces cuando el púlpito al que llegamos con absoluta legitimidad se nos queda grande, nos mira desde debajo de nuestros pies con ojos culpables diciendo sin palabras una verdad dolorosa “has sido tú”. Desde ese mismo momento, la vida política de ese aquél que se autodenomina “político” ha llegado a su fin y el seguir llamándose a sí mismo así, solo es una mentira palpable a los ojos acusatorios de sus antiguos votantes, de aquellos que, volviéndose lentamente sienten que sus ilusiones se rompen, se desvanecen y su esperanza robada se quiebra y cae en pedazos al abismo de la tristeza y de la letanía.
La luz se va y nos deja solos entre las tinieblas, con la primera lágrima asomando hacia su nuevo presente: la desesperación de ver que otra vez ha vuelto a pasar; se resigna al saber y darse cuenta de que siempre sale por la misma razón. Entonces se deja caer por el rostro de una persona más que siente y piensa lo mismo que las demás.
Cae y cae sabiendo que no es la primera y que, a su pesar, a nuestro pesar, no será la última vez que llora.
Neila Rodríguez